¿Cuánto vale tu palabra? Es una de esas preguntas incomodas que me hicieron durante mi formación como coach. Nos invita a reflexionar para saber si nos hacemos responsables de lo que decimos y de nuestros compromisos.
Como te comentaba en un artículo anterior, una de las 5 claves de las personas proactivas es precisamente la capacidad para mantener sus compromisos. Por eso, lo considero una habilidad esencial para poder tomar las riendas de nuestras vidas. Tengo claro que los compromisos que tomamos y nuestra capacidad para honrarlos condicionan en gran parte lo que vamos a conseguir en la vida, la confianza que inspiraremos en otras personas y, lo más importante, la confianza que podamos tener en nostr@s mism@s.
La sensación que tengo es que nuestra sociedad moderna no da mucho valor a los compromisos y que prometemos cosas muy a la ligera, con los demás y con nosotr@s mism@s. Incluso me parece que puede sonar anticuado hablar de la importancia del compromiso. Y creo que eso es así porque no somos conscientes del precio que pagamos cada vez que rompemos nuestros compromisos.
Por eso, quiero reflexionar en este artículo sobre la importancia tan grande que tiene, en mi opinión, el respeto a los compromisos.
Una fórmula para descubrir el valor de tu palabra
Antes de ver los motivos por los cuales te recomiendo prestar más atención a tus compromisos, quiero proponerte una forma sencilla de calcular el valor de tu palabra.

Para eso, responde primero a estás 2 preguntas:
- De cada 10 cosas con las que te comprometes con otr@s (tus hij@s, tu pareja, tu jefe, tus amig@s...) ¿cuántas haces realmente?
- De cada 10 cosas con las que te comprometes contigo mism@ ¿Cuántas haces realmente?
¿Ya lo tienes? Entonces el valor de tu palabra es sencillamente la media de estos 2 porcentajes.
Por ejemplo, si sueles cumplir 8 de cada 10 compromisos con otras personas (80%) y 2 de cada 10 compromisos contigo mism@ (20%), el valor de tu palabra sería del 50%. Eso significa que te has acostumbrado a incumplir 1 de cada 2 promesas que (te) haces.
Es una forma muy simplificada de evaluar la fuerza de tus compromisos para saber cual es tu punto de partida.
¿Por qué es tan importante cumplir sus promesas?
Quiero compartir los 3 motivos que, para mí, hacen que el hecho de respetar los compromisos sea tan importante.
1- Mantener los compromisos permite llevar las riendas de nuestra vida
Te hablo mucho de la importancia de establecer tu propio rumbo y de decidir los cambios que quieres hacer para traer más sentido y equilibrio a tu vida. Pues bien, estos cambios sólo se materializarán si eres capaz de comprometerte con ellos.
Las promesas son muy bonitas pero sin los hechos nada va a cambiar, y el compromiso es precisamente lo que nos permite transformar una promesa en realidad. Por eso una persona proactiva, acostumbrada a cumplir su palabra, consigue más fácilmente lo que se propone.



Veo el compromiso, y la responsabilidad que lleva asociado, cómo nuestra capacidad para sujetar firmemente las riendas de nuestras vidas y así poder seguir el rumbo establecido. Si dejamos de cumplir nuestros compromisos, entonces soltamos las riendas y volvemos al modo piloto automático, dejando que otr@s o las circunstancias decidan por nosotr@s.
Además, cuando somos capaces de comprometernos seriamente, el hecho de ver que hacemos lo que prometemos nos da mucha fuerza y confianza para seguir avanzando.
2- Cumplir los compromisos con los demás genera confianza
Nuestra capacidad para cumplir la palabra dada a otras personas define en gran parte nuestra credibilidad y la confianza que van a poder depositar en nosotr@s. Está claro que si me comprometo con mi pareja, una amiga o un compañero de trabajo a hacer algo pero que nunca lo hago, esta persona empezará a desconfiar de mi palabra.
Cada uno de estos compromisos rotos es como una pequeña devaluación del valor de mi palabra. Y llegará un momento en el que nadie esté interesado en comprarla.
“Una persona vale lo que vale su palabra.”



Eso se ve muy bien con los políticos: en periodo electoral, nos venden cosas que saben que no van a poder hacer y luego, buscan las excusas correctas para justificarlo. Por eso, muchos han dejado de ser creíbles. Y lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a que las promesas no siempre se cumplen.
Para los que sois padres y madres, es algo que habréis podido comprobar con vuestr@s hij@s. De pequeñ@s, tienen una confianza plena en nuestra palabra y cualquier promesa que les hacemos va a misa.
Ahora bien, si nos comprometemos a la ligera y empezamos a romper algunos de estos compromisos, enseguida se nota como dejan de confiar en nuestra palabra.
Por ejemplo, si prometo a mi hijo que iremos al cine juntos el sábado, le va a dar mucha alegría, pero si luego le digo que no podemos hacerlo se va a decepcionar. Si repito esto mismo durante 2 o 3 fines de semana, os puedo asegurar que me hijo ni siquiera se ilusionará porque habrá dejado de confiar en mi palabra.
Y es que, muy a menudo, nos limitamos a decir lo que otr@s quieren oír, para quedar bien o para evitar una situación incómoda, sin pararnos a pensar si lo vamos a poder cumplir. O peor aún, nos comprometemos a sabiendas de que no lo vamos a hacer.
3- Respetar los compromisos con un@ mism@ condiciona la autoestima
Y termino por lo que considero más importante: los compromisos con un@ mism@. He podido comprobar una y otra vez que tendemos a dar menos importancia a los compromisos que tomamos con nosotr@s mism@s.
Somos expertos en darnos todo tipo de excusas para justificar que no hemos hecho lo que nos habíamos prometido hacer. Eso ocurre con el ejercicio, con la salud, con los estudios, con las metas… Parece que nuestro pensamiento es “Total, como me lo había prometido a mi mism@, siempre puedo darme una justificación. No pasa nada.”
El problema con este tipo de planteamiento es que una parte de nosotr@s se queda defraudada por cada una de estas promesas hechas y abandonadas.
Hay una imagen que me gusta mucho para entenderlo: consiste en imaginar que en cada un@ de nosotr@s hay un adulto más racional y un niñ@ más emocional. Como te comentaba en el punto anterior, cada vez que el adulto se compromete con algo nuevo (vamos a perder peso, vamos a empezar a correr, vamos a viajar, vamos a cuidarnos…), el niñ@ se ilusiona mucho.



Más adelante vienen las escusas del adulto: no tengo tiempo, no hay dinero, estoy cansado, hace mal tiempo… y la desilusión del niñ@. El problema con eso es que, con el tiempo, el niñ@ deja de ilusionarse y sin esta ilusión, no hay energía, ni motivación… Lo único que hay es frustración, enfado, tristeza…
Además, siempre podemos intentar engañar a otr@s cuando no cumplimos alguna promesa, pero es mucho más difícil hacerlo con nosotr@s mism@s. En el fondo, sabemos que estamos inventando una excusa para no hacer lo que habíamos prometido.
Así que al igual que es muy importante mantener los compromisos con los demás, lo es todavía más mantener los compromisos con un@ mism@ o, si prefieres verlo así, con el niñ@ que tod@s llevamos dentro.
Conclusión
Espero haberte hecho reflexionar sobre el valor de tu palabra y la gran importancia que tiene mantener tus compromisos.
Ahora bien, soy consciente de que no es fácil mantener nuestros compromisos en el 100% de los casos. Lo que sí sé a ciencia cierta es que la clave para avanzar en esta dirección es… tomar menos compromisos.
Es mejor tomar pequeños compromisos y cumplirlos sistemáticamente que apuntar muy alto y abandonar por el camino 😉
Te dejo con una cita inspiradora y un consejo práctico.
Y recuerda ¡Decides tu vida si no quieres que otros decidan por ti!
¡Un abrazo!
Sylvain
"Lo importante no es lo que se promete, sino lo que se cumple."
Te toca a ti
Mi propuesta es que, antes de comprometer a algo con otra persona o contigo mism@, te hagas la siguiente pregunta ¿Tengo claro que voy a poder hacerlo? Si la respuesta es no o depende, entonces es mejor buscar algo más pequeño que sepas que vas a cumplir o directamente no comprometerte.
Si lo haces sistemáticamente, podrás empezar a mejorar tu autoestima y generar confianza en tu entorno mientras vas dando forma a tus objetivos.
Y ahora cuéntame ¿Cuánto vale tu palabra?
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